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Seais bienvenidos a este cajón de las ilusiones escritas con el corazón.

jueves, 27 de enero de 2011

El arte de madrugar dormida.


Eran las 08:15 a.m. Ella abría los ojos una mañana más. Los abría y cerraba costosamente intentando averiguar si el sueño se había terminado o había tomado forma de despertador. Decidió seguir soñando, pero el despertador, por su cuenta, decidió impedirla soñar: "Levanta chicuela, trasnochas cada noche, olvidas siempre que día tras día has de levantarte, olvidas irte a la cama, te embobas en tus historias. Ahora abre los ojos, enciende la luz y muévete". Entonces ella entendió que había llegado la hora de salir al mundo. Se quitó de encima mantas y edredones, buscó los calcetines que noche tras noche se perdían allá por el fondo del colchón y aterrizó sobre las zapatillas de andar por casa. Ya en el baño, con torpeza, se vislumbró en el espejo: "Chicuela, pero qué guapa estás". Cada mechón de pelo tenía una dirección diferente, como si durante la noche cada parte de su cabellera hubiese estado viajando en sentidos distintos. Los ojos entrecerrados. Trata de averiguar si realmente está viendo su reflejo o se ha quedado dormida, ahí, en mitad del cuarto de baño, de pie, cual narcolépsico en su día a día. De pronto, se produce un segundo aterrizaje con origen del submundo de las sábanas. Tras vagar entre baños y pasillos, se encuetra plasmada frente a un armario repleto de ropa que no se pone. Cada mañana, en su estado gravitatorio de inteligencia perdida, decide que nada combina con nada. Descubre pantalones rojos, chaquetas lilas y verdes, zapatillas amarillas de cuadros. Todo un desorden organizativo de colores. Sus ojos entrecerrados tan sólo consiguen vislumbrar aquellas prendas de colores llamativos, pero hace frío y está nublado, por lo que decide que no le apetece ir de colores. Le gusta ir a juego con el color del día. Finalmente, se pone los pantalones más normales, las botas que le hacen sentir algún centímetro más alta ( la razón sólo la saben las botas pues sus suelas son planas ) y el jersey más abrigón. De pronto, la iluminación le llega por sorpresa y recuerda que tiene que estrenar la caja de cereales de chocolate. Corre hacia la cocina y desayuna con la sensación de que hace mucho que no come y que no sabe cuándo será la próxima vez que lo haga. Remata el tazón con fondo de leche chocolateada. Se peina rápidamente con la intención, más que de estar guapa, de salir rápidamente de casa. Cepillado de dientes exprés con remate de pase de lengua por los dientes delanteros, a modo de anuncio de pasta de dientes. Abrigo, bolso, carpeta, llaves, bufanda que se pone mientras desciende por el ascensor ( lento donde los haya ), puertas y escalones: la calle. Cuesta inmensa, camina rápido/corre, reloj, el colegio de las monjas y todos los niños pequeños agolpados en la puerta. Se hace paso por entre la masa de gnomitos enfundados en bufandas y manoplas. Escaleras mecánicas, picar billete, más escaleras mecánicas. Tren abarrotado, por suerte, en Atocha se bajarán casi todos y ella disfrutará de media hora de tren, adormilada, con los rayos del sol en su cara y Coldplay en sus orejillas.
Son sus mañanas, cambió el paisaje, pero siguen siendo las mismas mañanas. Y hoy, tras cinco meses, se ha dado cuenta.


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